La depresión hoy es concebida como un cuadro patológico que somete a una encrucijada existencial a quien lo padece. Se trata de un trastorno anímico capaz de desmantelar poco a poco toda valía relacionada con el mundo y con la concepción de uno mismo. Así, el “depresivo” sufre una mutación que lo sumerge en un estado de languidez en relación a su accionar en la sociedad; siendo denominados por algunos como “muertos en vida”. A partir de esto se pueden describir síntomas como: aplanamiento emocional, pensamientos suicidas, sentimientos de culpa excesivos, cansancio recurrente, pérdida de peso, fatiga, dificultad para dormir, etc. Sobre las causas, las autoridades competentes se la atribuyen a factores genéticos, sociales, personales y cognitivos que de acuerdo a su presencia evidencian el grado de depresión. Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), se trata de un trastorno mental que crece año a año cobrándose 300 millones de habitantes (aprox.) de la población mundial.
Es menester preguntarnos ¿Por qué la depresión aumenta como si fuera una epidemia? ¿Cuál es el contexto que aloja dicha condición y qué lugar ocupa en el inconsciente colectivo? Vivimos en una sociedad estructuralmente individualista e hipnotizada por la dimensión virtual, no sólo en el campo tecnológico sino también en relación al deber ser ideal. La población se encuentra muy absorbida por respetar cánones impuestos, publicitariamente, de popularidad y exitismo. En función de ello, consume todo lo que tiene a su alcance y se consume por el solo hecho de agradar, su autoestima esta simbióticamente pendiente de lo que dicen o dirán y su cabeza asume todo el monopolio de su completa existencia. Por ello, una emoción que el pensamiento indica que puede no gustar, se aplaza y queda en el reservorio con la intención de que se vuelva anónima. Así, las personas se sumergen en una carrera solitaria de búsqueda de gloria que no admite descanso ni renuncia. Estas son las reglas de juego de las cuales no está exento el depresivo y por ello elegimos presentarlo (desde una mirada alternativa) como un aguafiestas en esta plataforma. Un aguafiestas por que se cansó o ya no puede sostener los emblemas que rigen la relación entre sus pares, donde la expresión libre de la emoción no es negocio y mucho menos si entorpece el juego. Se hizo a un costado, es un caído, con la necesidad imperiosa de sumergirse en su mundo interno evocando las emociones y los sentimientos que alguna vez fueron relegados, ya no siente o siente demasiado. Entiende que es su última esperanza de liberarse de un quantum de energía que ya no quepa en sus límites, es como el jugador de póker que arrima todas sus fichas, arriesga todo por el todo (inclusive su propia existencia). Siguiendo esta metáfora, podemos ver que el adversario son los otros, el ambiente, el mundo, la vida y esa mirada expectante depresiva amenaza toda la comodidad y los cimientos que le dan el sentido lúdico. Si esa mirada fuera una pregunta sería, ¿ahora qué vas a hacer?, ¿vas a seguir jugando?, se conjuga una diada que pide a gritos resolución. El aumento del fenómeno depresivo responde a la rigidez de la estructura ,no admite tiempos fuera, ni transitar durante un lapso la tristeza. Si bien este cuadro es un signo de alarma del cual hay que estar atentos, consideramos que el eslabón flaquea muchas veces en el nivel de tolerancia que se tiene socialmente y en lo que se hace para encauzar ese estado. Una de las principales líneas de acción frente a esta emoción es la medicalización con el objetivo de palear el síntoma y que el sujeto vuelva sobre sí lo más pronto posible. Esta ecuación, provoca un aislamiento del paciente como problema, despejando todo tipo de responsabilidad del entorno, se trata de una acción de afuera hacia adentro. Es sabido, que los antidepresivos son altamente adictivos y que si se consumen durante un tiempo prolongado, el organismo se habitúa a ellos y genera una tolerancia que irá disminuyendo al mismo tiempo que aumentando la dosis para lograr el efecto esperado. Este dispositivo si bien produce mejorías aisladas, no lo asumimos como una vía altruista para producir un encuentro posibilitador entre el sujeto y su entorno. Por el contrario, avalamos toda práctica que sea de adentro hacia afuera, es decir, que transforme lo depresivo en expresivo y se coagule en un acto simbólico. La creatividad es la medicina más eficaz para canalizar los estados depresivos, la música, el canto, el teatro y la pintura-entre otros-, son actividades que no segmentan al individuo y lo sumergen en una dimensión donde todos los estados de ánimo son incluidos como motores creadores. Esto permite abordar el potencial de cada estado emocional sin limitarlo, ni evitarlo.
El depresivo es un aguafiestas para este mundo, pero permanecerá ahí, esperando que re pautemos las reglas del juego.
teXt.:juanma